lunes, 21 de mayo de 2012

29.


Hace poco predije el fin de la era gintónic. Creo que me las di de lista. Sigo viendo aumentar la oferta de ginebras raras, y fiestas patrocinadas por marcas premium, y a gente con tarjetas de crédito desangradas por culpa del combinado mágico. También leo sobre hamburguesas convertidas en obras de arte, y los millones de sitios recién abiertos que más bien parecen laboratorios de este clásico de la comida rápida. Después de sucumbir por un breve instante a la tentación de probarlos todos, empiezo a temer por la supervivencia de muchos; bien sea porque, una vez en casa, ya no recuerdo cuál era cuál, o porque quizás tantos locales en tan poco espacio, que ofrecen exactamente lo mismo, no puedan sobrevivir a una moda que acabará por pasar. También me he dado cuenta de que en realidad aguantarán lo que digan las guías cool, porque ellas son las que mandan. Ellas te dicen que Madrid tiene muchos nuevos proyectos, y tú eres parte de ellos. Bebe ginebra premium con tu hamburguesa gourmet; una cerveza artesana en Madrid Río con tu bici de piñón pijo. No tienes que hacer nada, sólo comprarlo.
Cómpralo.
Cómpralo.
Cómpralo.
Otro artículo más. Qué sopor.
A veces siento que me han robado mi ciudad. No quiero ser un proyecto suyo, quiero que ella lo sea del mío.
Hoy llamo a mis amigos, y las hamburguesas las hago yo, los gintónics se preparan en casa y vamos a vernos la cara un rato. De intentar seguir el ritmo que me imponen todos los proyectos de Madrid, casi las he olvidado.



jueves, 17 de mayo de 2012

28.


Imagino que tenía el día tonto, uno de esos en los que la primera gota que cae ya colma el vaso. La noche anterior había discutido con Elena porque al parecer ninguna de las dos nos habíamos entendido bien y terminamos haciendo las paces alrededor de una montaña de cascos vacíos de cerveza Pacífico. La resaca con ardor de estómago es eléctrica y me genera un poco más de ansiedad.
No sé si fue un ataque de limpieza o de nostalgia absurda, pero de repente estaba subida a una silla bajando cajas viejas de una estantería con la firme intención de liquidarlas. En realidad era lo segundo camuflado de lo primero, porque en seguida buceaba en un mar de recortes viejos –intentos frustrados de hacer collage en papel–, fotos y varios inclasificables, que me producían sensaciones raras. La limpieza ya se había convertido en ese engañabobos que consiste en pasar de un montón a otro la mierda bajo la premisa de 'por si acaso', y de vez en cuando deshacerse de algún papelillo suelto que dé credibilidad a la limpieza, y estaba a punto de entrar en ese estado de estupor que produce sumergirse en recuerdos que por alguna sabia razón han acabado en una caja lejos del alcance de la mano, cuando me encontré con un recorte que había olvidado. Era una nota minúscula de una edición del New York Times de hace tres años, de una sección que publicaba noticias de hacía 100 años, que decía así:


1909 Suicide in Paris Café
After asking the Tzigane orchestra of the Taverne du Capitole, rue Notre Dame de Lorette to play for him seven times the famous waltz “Quand l’amour meurt,” a young Englishman yesterday [Nov. 5] shot himself through the head. He was immediately taken to the Lariboisière Hospital, and died on arriving there without having recovered consciousness. No papers throwing light on his identity were found in his possession, and the police authorities have ordered the body to be conveyed to the Morgue.


La recorté porque pensé que esa noticia tan triste guardaba una gran historia y me convencí de que me sentaría y se me ocurriría en algún momento. Me pregunté quién sería ese joven inglés, al que por azar bauticé como William y a quien sus amigos llamarían Bill, así que nadie le llamaba Bill. Qué tontería, inventarme su nombre. Podría haberme preguntado qué le llevó a creer que merecía la pena morir por amor, o si de verdad era tan profundo ese amor como para suplicar a una orquesta que tocara siete (7) veces una canción con un nombre tan obvio para luego pegarse un tiro. Quizá sólo intentaba que alguien se levantara y le hiciera entrar en razón. Yo creo que no estaba enamorado sino solo; que lo que necesitaba era que alguien le dijera que no merecía la pena. Pero nadie lo hizo porque la gente no hace esas cosas. Pobre Bill (vamos a concederle el honor), a lo mejor todo era verdad y yo estoy aquí diciendo que era un necio, y la necia soy yo en realidad por ser así de cínica.
Cuando ayer encontré la nota busqué la canción y di con esto:



La guapísima Jeanne Moreau, en modo pastoral, presentada por el bueno de Jean Renoir.

También me acordé de Ian Curtis porque, igual que el joven Bill, lo último que hizo antes de suicidarse fue escuchar música. Y resulta que mañana es el aniversario de eso.


¿Qué podemos hacer si no bailar y bailar?

viernes, 11 de mayo de 2012

26.




El otro día vi en S Moda de El País los siguientes datos:

  1. El año pasado las españolas se compraron 216 millones de prendas de corsetería.
  2. En 2011 se vendieron 141 millones de bragas y 56,6 millones de sujetadores.
  3. Una española se compra ropa íntima tres veces al año.
  4. Para ello se gasta 52,2 euros al año.

Leo los datos y me quedo muerta. Teniendo en cuanta que si sólo una parte del conjunto que me compré ayer cuesta lo que se gasta otra mujer en un año, que mi nivel de endorfinas oscila en picos vertiginosos cuando paso cerca de la lencería, y que la culpa que sobreviene después sólo es comparable al placer que me proporciona, me voy dando cuenta de que tengo un grave problema.

domingo, 6 de mayo de 2012

25.

Pisa fuerte cuando sientas el vacío que te arrastra al precipicio.
Sólo hay creación después de la destrucción.