lunes, 31 de diciembre de 2012

54.


Se acaba el año y hemos descubierto que seguimos vivos. Las cosas no terminan de funcionar, pero nos mantenemos en pie. Si una profecía milenaria no ha acabado con nosotros, ¿qué lo va a hacer? Nochevieja me produce pereza y sarpullidos, pero todos los años le termino dando una oportunidad; este no va a ser menos. Hoy me siento bien. Hoy me siento optimista. Esta noche ceno en casa de amigos y recibiremos el año a puñetazos. Beberemos, bailaremos y cantaremos hasta caer rendidos. Volver a casa duele, pero ya lidiaremos con ello cuando haya que hacerlo.

Feliz año

martes, 18 de diciembre de 2012

52.


Another Glacier

Esta ciudad se muere de frío. Me lo ha dicho un amigo que se va. Me lo has dicho tú, que te vas. Se queda helada con cada memoria que emigra, y cuando tuerzo una esquina ya no reconozco el paisaje. Un día me dijiste que mi patria son mis recuerdos, y mi pueblo la gente que los habita. Pues este desierto crece con cada nueva ausencia, y me siento sola a ver cómo se vacía mientras me dices que te vas; que a lo mejor tendría que hacerlo yo también. Ni siquiera yo me lo creo cuando digo que alguien se tiene que quedar.

(Texto de 'Anatomía del tedio', primer fanzine de Le complot)

lunes, 10 de diciembre de 2012

51.



No nos gusta estar callados. Creo que por eso no nos entendemos; que por eso no nos escuchamos. Como no nos gusta estar callados, llenamos la habitación de ruido y nos atacamos. Empezamos despacio, como un baile, porque todos los comienzos han de ser delicados. Después nos destrozamos hasta que nos consumimos. Entonces nos miramos a los ojos por primera vez, pero ya es tarde, porque ya nos hemos matado. Y todo porque no nos gusta estar callados.


viernes, 7 de diciembre de 2012

50.

"Nadie supo nunca qué hacer con su vida. Por eso, en una ciudad, existen tantas posibilidades para poder concretar una vida. Y por eso, porque en una ciudad hay tantas posibilidades para concretar un vida, nadie supo nunca qué hacer con su vida. Desastres que resultan casi imperceptibles por su carácter cotidiano."

La semana pasada fui al teatro. Voy poco, lo reconozco, porque a veces me da pereza. Soy culpable. Pero me gusta, lo juro. Unos amigos, que de hecho se dedican al teatro, me animaron a ir a ver una obra. ‘Sabes que nosotros nunca recomendamos nada. Así que esta la tienes que ver.’ Quizá fuera porque el director y dramaturgo es uno de los actores de su próxima obra. Ese es otro tema. Ya hablaré de ello en otro momento.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

49.



Tuve un novio que era un yonqui de la música. Pero de verdad. Si se la hubiera podido inyectar, lo habría hecho. Creo que le habría gustado que los días tuvieran una hora más para escucharse un último disco. Quizá era algo más que una obsesión, una necesidad vital tal vez. Aunque soy melómana, no pude aguantar su ritmo. Sí me quedé con una pequeña colección de discos que compraba, escuchaba y luego no podía almacenar; como todas esas cosas que deberían haber sido reclamadas hace tiempo, pero ahora ya no viene a cuento, o da vergüenza, o pereza, y andan desperdigadas por casas de antiguos amantes recordándoles sus vidas pasadas. También me dejó un amor especial por músicos a los que no habría prestado atención si no fuera porque eran la banda de sonora de su vida. Así amé a Tom Waits, a Cash y a John Frusciante, a los terremotos de los grupos alemanes de los 70 y los viajes alucinados de los shoegazers de Oxford. También aprendí que hay músicos a los que, hagan lo que hagan, les seguiré profesando un amor ciego.
Cuando un día me puso el primer disco de The Birthday Party le dije que estaba loco. Después, al cabo del tiempo, me desperté pensando que Nick Cave el nuevo (otro) amor de mi vida. La noche anterior casi había quemado el ‘Henry’s Dream’ de tanto escucharlo y entendí por qué el chico yonqui de la música me había puesto ‘Prayers on Fire’ aquel día.
El lunes salió el nuevo single de Nick Cave & The Bad Seeds, que estará listo en febrero. Me pareció un poco ‘bah’, como casi todo lo que viene haciendo en los últimos años, pero Cave es de esos a los que les perdono todo. Lo que me alegró el día fue este vídeo. Un teaser de la grabación del disco, que parece más una película de suspense que el lanzamiento de un disco, y eso me hizo salivar.


martes, 27 de noviembre de 2012

48. Anatomía del tedio

Hoy Le Complot cumple su primer año. Al echar la vista atrás, no termino de creerme que haya llegado hasta aquí. Releo aquellas primeras publicaciones y recuerdo que nunca dejó de parecerme un poco ridículo empezar a escribir en Internet, a volcar mis palabras y mis fotomontajes en algo tan intangible, y a la vez con tanto peso; quizá porque nunca creí que a nadie pudiera interesarle mi vida. También es cierto que apenas cuento nada de ella. Es muy extraña la idea de que gente que no conozco, que seguramente nunca vaya a conocer, encuentre este espacio íntimo, se pare y le dedique unos minutos de su tiempo. Que le guste o lo deteste, que me regale algunas palabras. Puede que, al fin y al cabo, no esté tan equivocada cuando digo, como ya he dicho por aquí, que necesitamos las vidas de los demás para dar sentido a la nuestra. Necesitamos saber que siempre hay alguien al otro lado, aunque nunca le veamos, aunque en el fondo sea mentira. A lo mejor es verdad que nuestra realidad se alimenta de ficción para que levantarnos cada mañana sea un poco menos difícil. Lo que no me imaginé es que yo pudiera ser ese alguien al otro lado.





Llevo un tiempo intentando terminar un proyecto en papel, para probar un formato distinto al blog. He tardado más de lo que imaginaba cuando se me ocurrió, porque no he tenido tiempo, o porque soy una vaga sin perdón, y llega justo a tiempo para celebrar el cumple del blog. Por fin tengo listo ‘Anatomía del tedio’ el primer fanzine de Le Complot. Es pequeñito, para que se pueda llevar en el bolsillo, y es una colección de pequeños fotomontajes y algún texto. Hablan de la soledad, de la infancia, de la ausencia, del deseo. De lo de siempre, vaya, pero en formato take away. Es completamente autoproducido, así que la primera tirada es muy corta; aún así, procuraré ir haciendo más copias poco a poco. Mi intención es dejarlo en sitios que me gusten; en un bar, en una galería, en un banco en la calle, y también regalar copias a amigos y, por qué no, a desconocidos.




viernes, 26 de octubre de 2012

45.

 
Este hombre está estornudando.
Este hombre está cantando flamenco.
Este hombre tiene sueño.
Este hombre no echa de menos a su hija
porque la chica del fondo no es su hija.
Tampoco es su amada.
Ni siquiera sabe quién es.
Ni siquiera sabe que está en un fotomontaje.
Este hombre no entiende de fotomontajes.

 

miércoles, 3 de octubre de 2012

44.


He soñado con un cielo negro y sin estrellas. En él se proyectaba mi cuerpo desnudo bailando, desenfrenado. Un hombre hacía girar la manivela de un cinematógrafo con cada vez menos fuerza, y mi imagen se frenaba poco a poco. Mi cuerpo que baila se va a detener y siento una ola de terror que me arrastra a la vigilia. Me despierto con el grito en la garganta y la idea de que si pierdo el ritmo, el mundo se va a acabar.
Pero el sueño vuelve a arrastrarme a ese desierto donde el proyeccionista se queda sin vida, y con la suya se lleva la mía. Corro hacia él, histérica, y le ruego que no se detenga, pero es tarde. Hay un haz de luz que se rompe en el cielo, y mi cuerpo desnudo parpadea en un paso de baile suspendido antes de desaparecer.
Consigo despertar y no volverme a dormir, pero en el fondo sé que una parte de mí se ha quedado allí.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

43.


42.


Ya he contado por aquí lo que me gustan los brunch en casa esas duras mañanas de domingo, cuando la noche todavía tiende una espesa cortina en la mente, cuando parece que alguien ha empujado nuestra memoria a través de un rallador de queso. Me gusta arrastrarme hasta la cocina y terminar de despertarme delante del fuego, espantar la resaca cocinando cosas que no haría sobria, que alguien me mire por detrás, sin saber bien qué estoy haciendo, y yo no hacerle caso.

El domingo fue una mañana de las duras. De las que duelen. De las que el cuerpo me pide algo pequeño pero contundente. Hay dolores que un bocado puede curar. Unos bombones de morcilla de devolvieron la vida y quiero compartir la receta.




Se pica fino la manzana y se rehoga a fuego lento en un poco de aceite. Mientras, se vacían las morcillas, se trocean y se añaden a la manzana cuando ya esté blanda. Se mezcla y se rehoga unos minutos. Para mí es importante que las morcillas apenas tengan grasa, que muchas veces se pone en exceso para engordarlas. Me da rabia que luego inunde la sartén y lo deje todo grasiento. Esto me pasa cuando las compro en el súper, pero es que creo que nunca encontraré unas como las de mi pueblo.

Una vez que esté bien cocinado se deja enfriar y, si la morcilla suelta demasiada grasa, se puede envolver en papel absorbente.

Estoy obsesionada con la avellana y se la echo a todo para darle un punto crujiente y aromático, pero en realidad esto se puede hacer con cualquier fruto seco. En un mortero se machaca la avellana hasta romperla en trozos pequeños. No hay que pasarse y convertirla en polvo porque si no, luego, los bombones quedan mal.

Ahora sólo queda hacer bombones del tamaño de una pelota de golf y rebozarlos en la avellana.

Suena a bomba nuclear, y en parte lo es. Pero es cremoso y delicioso, y de esas cosas que te pueden plantar una sonrisa durante el resto del día.



martes, 18 de septiembre de 2012

41.




Hay cosas que nos pasan y que si contamos por ahí no nos creen. De pequeña rompí el cristal de un coche con una piedra y cuando confesé no me creyeron porque pensaban que yo no era capaz. El otro día, una plaga de animales asesinos arruinó mi fin de semana. Así de absurdo, así de surrealista, así de real.

A veces el calor -otra vez el calor- levanta cosas inesperadas. Pasiones, incendios, tedio. E insectos. Eso no lo sabíamos ninguno de los que fuimos en agosto a la casa de campo de un amigo. una casa con jardín, piscina y una barbacoa de obra; no puedo pedir más. Está muy bien refugiarse en unos grados menos al amparo de la naturaleza. Ansío escapar del ruido y del asfalto y mi vida necesita un puntito más de verde.




No hemos dejado el equipaje en las habitaciones cuando ya hemos detenido el tiempo y decorado el césped con nuestros cuerpos en un acto de deliciosa holgazanería. Nos movemos despacio, siempre adormilados, hasta que empiezan a caer la noche y las primeras botellas, y despertamos poco a poco. El vino de la tierra es duro, pero frío se deja beber y arropa la garganta como un guante de terciopelo.

Hay una ola de calor en toda de Europa y sudamos sin parar mientras nos reímos. Del calor, del sudor, de la revolución de insectos que celebran con lascivia la noche. Hace un rato que un amigo del anfitrión no me quita ojo y yo finjo no darme cuenta. A veces le regalo un cruce de miradas y noto, cuando aparto la mía, cómo se le enciende el rostro. Mientras, una orquesta de chicharras amenaza con ahogar nuestra conversación, que se hace más intensa a medida que arreglamos el mundo con más pasión; hormigas dibujan líneas negras en el suelo y la mesa para saquear los restos de la cena. Parecemos dos críos apartando la vista cuando se cruzan nuestros ojos. Me ha sonreído cuando le he aguantado la última mirada, y juraría que algo se ha dado la vuelta en mi estómago. No le conozco, pero el juego sí.

La bombilla tiembla a cada sacudida de mariposas y escarabajos. Seguimos sudando y pronto empieza a circular el antimosquitos; nuestra conversación se ha convertido en un concurso de palmas. Alguien es alérgico a los mosquitos y en seguida tiene el gemelo tan grande como su cabeza y, aunque intentamos reírnos y dejar que el vino se ocupe de las preocupaciones, la situación pierde gracia poco a poco. Se hace un silencio en la mesa, sólo se oye un zumbido errático y constante, y el cri-cri en la oscuridad más allá de nuestra luz. Él todavía me mira y noto un roce suave en el tobillo. Sonrío e imagino que me ruborizo. Sube por la pierna, haciéndome cosquillas, y la estiro hacia él. Ahora ya sólo le miro a él y el resto me da igual. Cuando toco su silla con el pie veo que se sobresalta, no se lo esperaba, pero yo le sigo notando en mi pierna. Entonces me quedo helada, y de golpe miro debajo de la mesa. Yo nunca chillo, no hago eso porque soy tranquila. Pero ahora sí, con todas mis fuerzas, porque lo que acaricia mi pierna desnuda no es el pie de un hombre, sino un alacrán del tamaño de Italia. Ya de pie consigo sacudirlo y darle un pisotón, todavía sin aire y creo que chillando todavía, pero ya no oigo nada. A mi alrededor crece la histeria. Una dice que nos vamos a morir todos, otro que no pican. Alguien que acaba de matar otro, y luego otro, porque salen con el calor. Al parecer hay una plaga y están por todas partes. Cuando me sobrepongo y vuelvo a mí, el chico me está mirando como si hubiera visto un fantasma. A lo mejor me ha imaginado muerta, aunque la picadura no hubiera matado. O puede que lo que le dé miedo sea pensar que podría haber sido él. A mí ya me da igual porque sólo quiero irme de ahí.
Así de absurdo, así de surrealista, así de real.


lunes, 27 de agosto de 2012

40.




Llego pronto a una cita en el Retiro y me siento en un banco a esperar. Me gustar esperar aquí, se está tranquilo. Hace calor y el aire que corre me adormece un poco. Mueve las hojas y me acaricia el pelo. Escucho la gravilla bajo las zapatillas de alguien que corre, la risa de un niño que no veo. Un pájaro. El estanque. Se está bien. Espero que llegue tarde y pueda quedarme aquí un rato más, sola. Cuando corro la mano por el banco, a mi lado, noto algo: alguien se ha dejado un libro. Es viejo, de bolsillo. Una novelita de aventuras, a 25 pesetas, con una portada que me imagino fue a todo color y ahora ya está gastada. Al abrirlo veo que alguien ha escrito en la primera página, bajo el título del libro, 'Me encantaría conocerte.' Después de un segundo de duda no puedo evitar reírme y pensar que no se puede ser más cursi. Aún así miro a mi alrededor, pero sigo sola. Siempre me ha hecho gracia la gente que intenta ligar con un libro en la mano, pero así no lo había visto nunca. Miro las palabras otra vez y me sumerjo en ellas. Por la caligrafía me imagino que es una persona mayor -esa forma de unir las letras, que se ladean hacia la derecha, y el trazo errático de alguien a quien le tiembla el pulso-. No hay un nombre, ni un número, ni una dirección de contacto, y ahora sonrío otra vez. Me imagino al anciano en su casa, tratando a su vez de imaginar quién ha cogido el libro. O sea, en mí. Seguro que ahora sonríe porque sabe que esa persona, yo, estará intrigada ahora mismo, quizá hasta se haya dado la vuelta para asegurarse de que no hay nadie espiando. El anciano disfruta su siesta porque su broma ha funcionado. El mensaje cursi no es más que un chiste y ahora él es un poco más feliz y yo he pasado el rato.


miércoles, 15 de agosto de 2012

38.


‘El mañana invade el instante; la idea del lunes echa a perder la realidad del domingo; la perspectiva del infierno venidero extingue el momento presente’.

Michel Onfray – Prólogo de 'La fuerza de existir. Manifiesto hedonista'


Vuelvo a la oficina y me doy cuenta de que he esperado este día con más ansiedad que el comienzo de las vacaciones. Qué clase de masoquismo absurdo hace que me pase el último tercio de éstas anticipando su fin. Algo tiene que ir mal cuando sólo quiero descansar, pero pensar en ello me lo impide. El día antes de incorporarme me siento en el borde de la cama y miro a la nada como en trance. 'No quiero ir. No quiero ir.' Como si fuera el primer día de colegio. Un monje budista con el concepto equivocado; esta meditación no puede ser buena. Luego llego a la oficina y recorro sus pasillos blancos con aprehensión, y miro a mi alrededor asustada, como si de detrás de cada puerta fuera a saltar un monstruo o algo. Los diez grados menos que en la calle se agradecen. El silencio también. No hay nadie. Me toca trabajar sola. La reincorporación podría ser más dolorosa y ahora pienso que a lo mejor he malgastado parte de mis vacaciones anticipando el horror; o puede que esa anticipación sea lo que ha lubricado mi vuelta al matadero.



domingo, 29 de julio de 2012

sábado, 21 de julio de 2012

35.



Apuntes de verano. Reflexiones sobre el calor

El verano me apaga. Me chupa la sangre. Será la tensión baja. Y el calor. El asfalto hierve en julio y Madrid está que arde. Me dan ganas de hacer nada, de tumbarme, de clavarme en una terraza y no moverme. Y también pereza.

Esta mañana casi tengo que llamar a la grúa para que me sacara de la cama y el hecho de que hayan cortado el agua caliente por las mañanas para cambiar unas tuberías en mi edificio no me ayuda a ser mejor persona. Pienso en el agua helada recorriéndome la espalda y me siento como una gata. No quiero ir ahí.

Hay un descampado cerca del 12 de Octubre donde un grupo de valientes ecuatorianos desafía al sol jugando al voleibol en unas canchas improvisadas, con redes construidas por ellos mismos. Lo cruzo y me ciega el resplandor de la arena. El calor abrasa la piel y las voces del partido llegan desde otro tiempo. Huele a polvo y huele al pueblo, a esas tres de la tarde que matan hasta las chicharras. El tiempo es eterno. Un vaquero que ha perdido su caballo. Un desierto plano.

Una amiga ha dado a luz. Uno pensaría que nacer en julio te cura de espanto, claro que yo lo hice y sé que no es verdad, que cada verano es el primero. En el hospital se está fresquito, que ya es algo, y al niño se le ve tranquilo. Y a su madre feliz, y cansada. Me ofrecen cogerlo y digo que no. Tengo miedo de que se me resbale.

Tomo notas en una Moleskine cortesía del festival El Sol. Debe ser una broma.

Frío un huevo en la Castellana. Me tiro una caña congelada por la espalda.

Me arrepiento de maldecir esa ducha helada.


jueves, 12 de julio de 2012

34.


No es fácil tener un cumpleaños feliz cuando es el día al que dedicas un año para que pase desapercibido. De pequeña no lo celebraba porque me daba mucha vergüenza que me felicitaran. A mí me gustaban los cumples de los demás, pero no el mío.

Ayuda también no tener una fecha definida en la que celebrarlo. En mi casa siempre fueron dos. La que marca mi carné de identidad, y la otra, la que juraba mi madre, que era un día después. Un error burocrático en el registro civil o un fallo en la memoria materna que se convirtió en fecha no oficial después de que falleciera. Tengo dos cumpleaños y no sé cuál es el bueno. Igual sí lo sé, y es el del DNI, pero no quiero que sea ese. Qué más da. El caso es que odio las fiestas sorpresas.



El sábado fue mi cumpleaños, y estaba convencida de que me iban a hacer una. Basta que digas que no la quieres para que alguien muy listillo deduzca que, aunque digas que no, en realidad sí, y luego acabas abriendo la puerta de tu casa, recibiendo un '¡Felicidades!' en toda la cara y pensando que si fuera una broma casi tendría más sentido. Con suerte te encuentras a tu jefe borracho en la puerta porque llega tarde y le cantan la canción a él mientras tú te escapas de puntillas (querido Don Draper, todo lo que te habrías ahorrado si se te hubiera ocurrido esto a tiempo...).

Todo esto se me pasa por la cabeza el sábado mientras subo por las escaleras de casa de Elena, con una botella de vino en la mano me y paro a respirar en el descansillo del tercero. Por la tarde me había llamado anunciando que iba a hacer una cena, nada importante, las cuatro de siempre. Mientras espero en la tienda a que me envuelvan el vino me asalta la terrible idea. No me ha felicitado y va a hacer una cena. Huele mal. Pero soy más lista, y la llamo.

'Me sobran dos horas... ¿Me paso ya y te ayudo? No tengo nada que hacer.'

'No, no. Mejor no, tía, que estoy liada y quiero aprovechar para hacer unas cosas antes...'

Dos horas pesan mucho cuando hace calor y sabes que te van a regalar una humillación pública. Pienso en ello. ¿Quién diablos va a venir? Familia no, por favor. Si yo me hiciera una fiesta no sabría a quién invitar, ¿cómo lo van a saber ellas? Me imagino mi reacción y fantaseo con las diferentes opciones. Desde la indolencia a la violencia, todas pasan por darme la vuelta y marcharme.

Y estoy sentada en el rellano con la botella entre las manos, segura de que si la abro y me la bebo ahí me lo pasaré mejor, o me olvidaré de ello. También pienso que no puedo fallarles y que, aunque no quiera, acabaré fingiendo sorpresa y emoción. Siempre he pensado que una fiesta es para quien la organiza, no para el que la recibe. No les puedo hacer eso.

Cuando llamo a la puerta oigo un '¡espera, espera! ¡Un minuto!' y se me sale el corazón por la boca. Debo estar verde porque cuando por fin me abre Elena, envuelta en una toalla y con el pelo mojado, me mira con cara de espanto.

'Tía, ¿te encuentras bien? Que tienes muy mala cara, ¿eh?'

'¿Y la fiesta?'

'¿Qué fiesta?'

'La de mi cumple.'

Entonces se lleva la mano a la boca.

'¡Mierda! ¿Pero no era mañana?'

Y vuelvo a nacer. Me partí de risa y el primer trago de vino me supo a vida. Cenamos en la cocina e hicimos unos espaguetis con tomate, berenjena y albahaca, y creo que fue el mejor cumpleaños de mi vida: improvisado, desapercibido, sencillo y con gente a la que quiero de verdad.

Gracias.


martes, 3 de julio de 2012

33.


Sola estás bien. Sola eres más fuerte. Me lo repito como un mantra. Por las mañanas, antes de acostarme, en el metro. Sólo eres libre cuando sólo estás tú. Sin cuerdas, sin arnés, sin red.
A veces la gravedad empuja y deseas que tu mano no agarrara el vacío.


martes, 12 de junio de 2012

32.

Autorretrato de la niña (IV)


Javi se sentaba muy cerca de mí en clase y siempre olía bien. Me gustaba entrar en clase justo detrás de él para oler su colonia de niños. Luego le miraba de reojo desde mi pupitre. No quería que se diera cuenta, y si se volvía hacia mí en ese momento, fingía mirar algo por la ventana mientras notaba cómo se me aceleraba el pulso y me restregaba las manos contra la falda para secarme el sudor. Luego, en el recreo, siempre le veía correr de un lado para otro con sus amigos, y me fascinaba que fuera el único que nunca se despeinaba, el que al final de día se iba a casa tan impecable como vino. Mi madre me ponía cada mañana un vestido limpio y me recogía el pelo en una coleta muy fuerte pero, hiciera lo que hiciera, siempre volvía con la ropa arrugada y sucia, y los pelos revueltos. Y Javi siempre estaba tan bien peinado y olía tan bien... Una vez le pregunté por qué y me miró sin entender nada. Dijo 'no sé' y se marchó corriendo.

Un día, la profesora nos enseñó un baile. Ya no recuerdo cuál era, ni para qué lo preparamos. Sí recuerdo que había que ponerse por parejas, y que en cuanto recibimos la instrucción miré a Javi, emocionada. Supe de inmediato que ésa era mi oportunidad, quizás la única. No sólo podría estar muy cerca de Javi, tocándole incluso, sino que lo habría ordenado la profe. El primer paso casi lo habían tomado por mí. Salvo que seguía teniendo acercarme a él antes que nadie. Estaba a escasos metros de él, sin decidirme a cogerle de la mano, y le debía mirar con desesperación porque en seguida noté un golpecito en el codo.

-Oye, que con Javi yo, ¿eh?

Era María. Mi amiga María, con la que me comía el bollo todas las tardes, y ahora me dedicaba una mirada asesina. En ese momento me di cuenta de que ella estaba sufriendo lo mismo que yo, y quizá por eso, porque entendí qué estaba pasando y lo que estaba en juego, le dije:

-No.



Un secreto guardado a fuego y meses de silencio echados a perder con tan solo una sílaba. María me zarandeó mientras gritó que ella bailaba con Javi porque estaba colada por él. Recuerdo que usó esas palabras, 'colada por él', y ahora me hacen reír, pero en el momento sólo alcancé a balbucear un triste 'Pues yo más', y le di un empujón. Después estábamos rodando por el suelo, chillando, agarrándonos del pelo hasta que la profe nos separó y las dos nos levantamos hechas un desastre y nos echamos a llorar, cada una por su lado. Ese día nos castigaron sin baile, y nos obligaron a ver cómo el resto de la clase se divertía, pero nosotras no veíamos al resto de la clase, tan solo a Javi, que bailaba con otra, ajeno a todo. Dos niñas se habían zurrado por él, y ni se había enterado.

Esa tarde María y yo nos compramos el bollo juntas, como todas las tardes, pero cada una se lo llevó a su casa. Al día siguiente nos volvimos a encontrar en el poyo como si nada, y nunca volvimos a hablar de Javi.

martes, 5 de junio de 2012

31.


"Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un '¡Ahhh!'."
Jack Kerouac, 'En el camino' 


Cuando leí esas palabras hace años, me dieron ganas de salir a la calle y arder y arder y perseguir a gente loca como decía Jack. Las copié en un cuaderno. Cada cierto tiempo las releo para comprobar que me siguen haciendo el mismo efecto que entonces. Me siento a salvo cuando descubro que sí, aunque a veces tenga que visitarlas de nuevo para asegurarme.

lunes, 21 de mayo de 2012

29.


Hace poco predije el fin de la era gintónic. Creo que me las di de lista. Sigo viendo aumentar la oferta de ginebras raras, y fiestas patrocinadas por marcas premium, y a gente con tarjetas de crédito desangradas por culpa del combinado mágico. También leo sobre hamburguesas convertidas en obras de arte, y los millones de sitios recién abiertos que más bien parecen laboratorios de este clásico de la comida rápida. Después de sucumbir por un breve instante a la tentación de probarlos todos, empiezo a temer por la supervivencia de muchos; bien sea porque, una vez en casa, ya no recuerdo cuál era cuál, o porque quizás tantos locales en tan poco espacio, que ofrecen exactamente lo mismo, no puedan sobrevivir a una moda que acabará por pasar. También me he dado cuenta de que en realidad aguantarán lo que digan las guías cool, porque ellas son las que mandan. Ellas te dicen que Madrid tiene muchos nuevos proyectos, y tú eres parte de ellos. Bebe ginebra premium con tu hamburguesa gourmet; una cerveza artesana en Madrid Río con tu bici de piñón pijo. No tienes que hacer nada, sólo comprarlo.
Cómpralo.
Cómpralo.
Cómpralo.
Otro artículo más. Qué sopor.
A veces siento que me han robado mi ciudad. No quiero ser un proyecto suyo, quiero que ella lo sea del mío.
Hoy llamo a mis amigos, y las hamburguesas las hago yo, los gintónics se preparan en casa y vamos a vernos la cara un rato. De intentar seguir el ritmo que me imponen todos los proyectos de Madrid, casi las he olvidado.



jueves, 17 de mayo de 2012

28.


Imagino que tenía el día tonto, uno de esos en los que la primera gota que cae ya colma el vaso. La noche anterior había discutido con Elena porque al parecer ninguna de las dos nos habíamos entendido bien y terminamos haciendo las paces alrededor de una montaña de cascos vacíos de cerveza Pacífico. La resaca con ardor de estómago es eléctrica y me genera un poco más de ansiedad.
No sé si fue un ataque de limpieza o de nostalgia absurda, pero de repente estaba subida a una silla bajando cajas viejas de una estantería con la firme intención de liquidarlas. En realidad era lo segundo camuflado de lo primero, porque en seguida buceaba en un mar de recortes viejos –intentos frustrados de hacer collage en papel–, fotos y varios inclasificables, que me producían sensaciones raras. La limpieza ya se había convertido en ese engañabobos que consiste en pasar de un montón a otro la mierda bajo la premisa de 'por si acaso', y de vez en cuando deshacerse de algún papelillo suelto que dé credibilidad a la limpieza, y estaba a punto de entrar en ese estado de estupor que produce sumergirse en recuerdos que por alguna sabia razón han acabado en una caja lejos del alcance de la mano, cuando me encontré con un recorte que había olvidado. Era una nota minúscula de una edición del New York Times de hace tres años, de una sección que publicaba noticias de hacía 100 años, que decía así:


1909 Suicide in Paris Café
After asking the Tzigane orchestra of the Taverne du Capitole, rue Notre Dame de Lorette to play for him seven times the famous waltz “Quand l’amour meurt,” a young Englishman yesterday [Nov. 5] shot himself through the head. He was immediately taken to the Lariboisière Hospital, and died on arriving there without having recovered consciousness. No papers throwing light on his identity were found in his possession, and the police authorities have ordered the body to be conveyed to the Morgue.


La recorté porque pensé que esa noticia tan triste guardaba una gran historia y me convencí de que me sentaría y se me ocurriría en algún momento. Me pregunté quién sería ese joven inglés, al que por azar bauticé como William y a quien sus amigos llamarían Bill, así que nadie le llamaba Bill. Qué tontería, inventarme su nombre. Podría haberme preguntado qué le llevó a creer que merecía la pena morir por amor, o si de verdad era tan profundo ese amor como para suplicar a una orquesta que tocara siete (7) veces una canción con un nombre tan obvio para luego pegarse un tiro. Quizá sólo intentaba que alguien se levantara y le hiciera entrar en razón. Yo creo que no estaba enamorado sino solo; que lo que necesitaba era que alguien le dijera que no merecía la pena. Pero nadie lo hizo porque la gente no hace esas cosas. Pobre Bill (vamos a concederle el honor), a lo mejor todo era verdad y yo estoy aquí diciendo que era un necio, y la necia soy yo en realidad por ser así de cínica.
Cuando ayer encontré la nota busqué la canción y di con esto:



La guapísima Jeanne Moreau, en modo pastoral, presentada por el bueno de Jean Renoir.

También me acordé de Ian Curtis porque, igual que el joven Bill, lo último que hizo antes de suicidarse fue escuchar música. Y resulta que mañana es el aniversario de eso.


¿Qué podemos hacer si no bailar y bailar?

viernes, 11 de mayo de 2012

26.




El otro día vi en S Moda de El País los siguientes datos:

  1. El año pasado las españolas se compraron 216 millones de prendas de corsetería.
  2. En 2011 se vendieron 141 millones de bragas y 56,6 millones de sujetadores.
  3. Una española se compra ropa íntima tres veces al año.
  4. Para ello se gasta 52,2 euros al año.

Leo los datos y me quedo muerta. Teniendo en cuanta que si sólo una parte del conjunto que me compré ayer cuesta lo que se gasta otra mujer en un año, que mi nivel de endorfinas oscila en picos vertiginosos cuando paso cerca de la lencería, y que la culpa que sobreviene después sólo es comparable al placer que me proporciona, me voy dando cuenta de que tengo un grave problema.

domingo, 6 de mayo de 2012

25.

Pisa fuerte cuando sientas el vacío que te arrastra al precipicio.
Sólo hay creación después de la destrucción.



miércoles, 18 de abril de 2012

24.




Ayer iba a escribir algo pero me vi interrumpida por un vecino con más ganas que aptitud para tocar el piano. Aplaudo su entusiasmo, y una parte de mí le envidia porque soy incapaz de hacer la misma cosa dos veces seguidas, pero a la vez siento una ligera pulsión asesina cada vez que lo pienso. Alguien muy ingenuo pensaría que tener a un estudiante de música al lado supondría horas deliciosas escuchando a Chopin amortiguado por una pared, o que la lectura sería amena porque Liszt en manos de un amateur sonaría tierno y entrañable. Pero me parto de risa -una risa histérica y neurótica, con pelos de loca incluidos- porque es mentira podrida. Después de dos horas de escalas imposibles arriba, escalas absurdas abajo, culminadas con un intento ruinoso de tocar 'Para Elisa' de Beethoven (¿en serio? ¿'Para Elisa'?), estaba que arañaba las paredes. Es una pena porque, entre llamar a su puerta para matarlo o llamar para comérmelo, prefiero lo segundo.
Creo que casi todas hemos fantaseado con músicos. Por lo general tienen una combinación explosiva de sensibilidad, tormento y narcisismo que les hace atractivos a la vez que despreciables, y esas dos cosas juntas les hace irresistibles. Muchas veces no nos gusta algo realmente hasta que no lo odiamos un poco. Así somos. De hecho tengo alguna amiga que sólo sale con músicos; la cantidad de conciertos malos que me he tenido que chupar por culpa de su fetichismo. También es curioso ver cuántos se echan una guitarra al hombro con el único objetivo de calentar la cama, y cuántos de ellos, a pesar de que se les nota demasiado, lo consiguen.
Lo mejor de todo es que, antes de que la falta de talento de mi vecino me convirtiera en Catwoman enfadada, iba a escribir sobre Gioachino Rossini. Como buen epicúreo, a este compositor italiano del siglo XVIII puede que le gustara más comer y beber que la música. De hecho, una vez retirado, se dedicó por entero a estos placeres. Era asiduo a los mejores restaurantes parisinos de la época, y también temido por todos los chefs porque, siendo él mismo aficionado al fogón, acostumbraba a retarles con nuevas ocurrencias y fantasías culinarias. En sus extravagantes invenciones nunca podía faltar el foie-gras, las trufas y el vino de Madeira, y muchas de ellas sobreviven hoy con su apellido por nombre.
Y todo esto viene porque el otro día me hicieron un 'Tournedo Rossini', y porque me di cuenta de que está bien, y es necesario, que haya algo que nos guste más que nuestro trabajo.