miércoles, 30 de noviembre de 2011

2.


Resaca.
(De resacar)
1. f. Movimiento de retroceso de las olas después de que han llegado a la orilla
2. f. Malestar que padece al despertar quien ha bebido alcohol en exceso.


¿Cómo hace la reina de Inglaterra para reinar por las mañanas?




No sé por qué todavía me sorprendo. A estas alturas del partido tendría que haber aprendido que beber vino tinto y blanco a la vez, mal. Que beber vino y después ginebra, peor. Que vino, después ginebra, y luego vino otra vez, es casi tan bueno como meter la cabeza en el horno. Lo más triste es levantarme y pensar '¡pero, ¿por qué?! Si yo antes...' Yo antes me levantaba como una rosa, y lo único que me dolía era el corazón, si es que me lo habían roto la noche anterior. Y ni siquiera, porque creo que romper corazones era mi departamento... pero, eh, no vengo a hablar de eso. Recuerdo un domingo hace años, a los 21 o así, que me levanté en casa de Elena y nos miramos las dos como si alguien nos estuviera pegando por sorpresa, con los bajos de toda la ruta del bakalao en la cabeza, y con una mezcla imposible de ganas de vomitar y de comernos una hamburguesa del Burger King (estímulo-respuesta sin pies ni cabeza). Ese día conocimos la verdadera resaca. Creo que fue ahí también cuando se inauguró nuestro habitual brunch de los domingos. Es un gesto de complicidad, un acto de amor, una señal de que estamos en el mismo barco que se hunde bajo el peso de una resaca sin precedentes... Ay...
He de reconocer que desde hace un tiempo nos portamos muy bien, y que ya apenas hay domingos con dolor; pero el brunch sigue siendo inamovible. En casa de una o de la otra, solas o con más gente, pero siempre está. Este domingo tocó mi casa, y tocó resaca; de las duras. De las de vino-ginebra-vino. Cuando cae uno de estos días, entramos en una especie de complicidad silenciosa en la que no hace falta hablar, ni sonreír, ni nada, para entendernos... lo único que queremos son grasas saturadas. De forma intravenosa a ser posible. Cualquier atisbo de dieta o régimen quedan relegadas a una insultante risotada cuando se trata de una situación como esta. Venid grasas, a mí, a mi culo, a mis muslos...
Elena me miraba con esos ojillos que se le ponen en los domingos de gloria, mientras trataba de meterse un café a la fuerza, cuando dijo:
Tía, los flamenquines de Córdoba...
Qué asco, cállate, –le dije. Y acto seguido– Ay, unos flamenquines... ¿no?
(Estímulo-respuesta sin pies ni cabeza).
Para hacerlos tenía casi de todo lo necesario en la nevera, pero los filetes de cerdo eran un asco, y al darles golpes para aplanarlos, con la habilidad cirujana de nuestra resaca, los dejamos hechos un cristo y eso no había quien los enrollara. Así que se me ocurrió meter la carne en la trituradora, y convertir los flamenquines en 'bolitas de flamenquín'. El resultado fue una bomba calórica de cerdo, jamón, queso y hierbas divinas que demolió los cimientos de la resaca y nos dibujó sonrisas de felicidad y plenitud.
Quería compartir la receta aquí, porque hicimos unas fotos estupendas, pero la cámara era de Elena, y hasta que no me las mande no las puedo poner. Así que lo prometo para el próximo post.


(Me parto. Mientras escribo esto, escucho esto otro: 



¿Sabíais que 'undertow' significa... ¡Resaca!? Pero de la otra... la del agua.)

domingo, 27 de noviembre de 2011

1

De pequeña tuve un diario durante una semana que nunca me atreví a abrir. Lo escondí dentro de una caja en lo alto de la estantería de mi habitación porque me daba pánico que lo leyera mi madre. Estaba enamorada de Javi, aquel niño que se sentaba cerca de mí en clase, y que todos los días venía embadurnado en Nenuco y con el pelo perfectamente peinado. Me fascinaba que siempre consiguiera volver a casa con el mismo aspecto impecable, después de correr y jugar por el patio como un loco. A mí me sudaban las manos, y al mirármelas después de jugar en la arena veía puntitos brillantes y pequeños surcos de porquería oscura en las palmas. Me daba vergüenza y siempre las escondía detrás del vestido, que retorcía y estrujaba, nerviosa, a la espalda y lo manchaba, para desesperación de mi madre. Nunca le dije nada a Javi, igual que nunca lo llegué a escribir en aquel cuaderno secreto. Era una niña muy pudorosa.
Hoy me enfrento por primera vez a un blog. En realidad es algo que siempre quise hacer, y que si hasta ahora no he hecho es quizás por ese miedo que ya tenía de pequeña; y porque esto de Internet, a mi edad, me sigue impresionando un poco. Lo uso a diario y de forma casi constante; más ahora que incluso me ha invadido el teléfono móvil; pero no deja de producirme un cierto vértigo el océano de información y la velocidad a la que se sucede. Con tanto tweet, hashtag, y trending topic me da la sensación de que nunca llego, que siempre voy un pasito por detrás. Y eso que mis amigas, ahora que no me oyen (pero espero que me lean), son todas unas tecnofrikis. Se diría que algo se me habría pegado...
Pues vaya, el otro día nos vimos para comer en Le Patrón, y reconozco que una vez más me fui de paseo cuando sacaron sus androides y se pusieron hablar en ese idioma que apenas controlo. Pero esta vez, sin venir a cuento, de repente me acordé de Javi, de ese diario que nunca me atreví a escribir, del pavor y atracción al vacío que me producen las nuevas tecnologías... Y entonces oígo a Gloria decir:
23 comentarios en mi último post.
Pero, ¿la gente lee tu blog? –le pregunté, saliendo de la inopia. Las tres me miraron como si fuera un alienígena; y qué puedo decir... Me sentí como uno. Pues claro que lo leen, me dijeron. El de todas. Todo es saber a quién va dirigido y que lo que pones sea del interés de alguien. Así que debo ser la única del universo que todavía no ha pedido hora en la blogosfera. Luego me quedé pensando, y decidí que por qué no probar. Al fin y al cabo me lo debo. Aunque sea por Javi y lo que no le dije ni escribí sobre él. Ahora que lo pienso, seguro que el tío ahora es un broker agresivo con dos hijos rubios y una Barbie a tamaño real, y me caería fatal. Pero eso ya da igual.